En aquel
gélido país, con una ligera llovizna sobre su rostro, ella caminaba
sin rumbo… De pronto vino a su mente aquel personaje de una serie
de TV, ese que siempre iba errante con su mochila al hombro. Pensó
que se parecía un poco a él y trató de recordar infructuosamente
su nombre.
Pasó
frente a una sala de cine: “En la cama con Madonna” decía la
cartelera.
- A este país siempre llegan las películas más viejas - pensó -
Decidió
verla. Después de unos minutos en la pequeña antesala, entró y se
sentó sola en la oscuridad de la sala. Mientras veía la película
pensaba en lo cansada que estaba, le dolían mucho los pies de tanto
andar y tenía las manos congeladas, además del hambre que ya era
costumbre. Sacó unas galletas de su morral y las comió mientras
soportaba aquella terrible trama sin sentido. Después de un rato de
tortura, ver a Madonna en un film puede ser un verdadero tormento, se
levantó y salió de la sala.
Se fue en
dirección a su residencia, pensó en tirarse en su cama y descansar
los pies y la tristeza.
De pronto
notó que un hombre también había salido de la sala de cine y la
seguía, un poco nerviosa apuró el pasó, pero él la alcanzó:
-
Veo que está sola. - le dijo -
- No, no lo estoy. Voy sola, pero no estoy sola. ¿Entiende la diferencia?
- Entiendo, disculpe la confusión. - Dijo el hombre mientras daba media vuelta y se retiraba-
Se sintió
aliviada y agradecida de que en aquel país fueran todos tan educados
y continuó su camino, solo quería el calor de su habitación,
aterrizar en su cama, dejar afuera el otoño acontecer y olvidarse
del mundo. Cuando por fin llegó y abrió la puerta de su habitación
notó con extrañeza que todo estaba a oscuras, luego cuando sus ojos
comenzaron a ver mejor en la oscuridad, advirtió que su compañera de
habitación estaba recostada en la cama con un hombre, había una
música muy suave de fondo y las cortinas estaban cerradas..
- Cuando parece que las cosas no pueden estar peor siempre hay alguien que hace un esfuercito para demostrarte que no es así. - Decía mientras una furia inusual la sacudía de los pies a la cabeza -
Caminó
hasta la ventana, corrió las cortinas, luego se acercó a ellos,
apagó el reproductor de música y les dijo:
- ¡Estoy extenuada y necesito dormir! ¡Quiero que salgan ya!
- ¡Esta también es mi habitación! Contestó su compañera
- Entonces te puedes quedar, ¡pero tu amigo se va!
La pareja,
visiblemente molesta, abandonó con premura la habitación.
Se
sintió aún más triste y frustrada, no podía creer su suerte, se
recostó en la cama pero ya no pudo descansar. Recordó el nombre del
personaje de la serie de TV:
Kwai Chang Caine. Sí, ella era igual a aquel hombre que andaba por caminos
polvorientos, llegaba a pueblos remotos y se enfrentaba a muchas
injusticias.
Era inútil
tratar de descansar, se levantó de la cama y salió de nuevo a
caminar. Afuera helaba, un viento muy fuerte golpeaba sus mejillas y
despeinaba sus cabellos; las hojas rojas, doradas y ocres giraban a
su alrededor como invitándola a bailar, pero las ignoró.
El paisaje
lucía maravilloso, una alfombra de oro lo cubría todo, era la
naturaleza haciendo poesía, pero ella no lograba ver el prodigio,
estaba demasiado triste y amargada para percibir la belleza. Se sentó
en una banca ya sin fuerzas y de pronto una hojita entre roja y
amarilla cayó suavemente sobre su regazo, ella la miró, reparó en
su color, en su forma, en la belleza que encierra la simpleza de una
hoja seca… recordó aquel verso de Benedetti:
Aprovecha el otoño
Antes de que el futuro se congele
Y no haya sitio para la belleza
Porque el futuro se nos vuelve escarcha
Reaccionó.
Benedetti siempre la hacía reaccionar, volvió como de un estado de
coma.
Se sintió
confortada después de mucho tiempo…
Comprendió
que se perdía de un hermoso otoño por su hostilidad, por empeñarse
en estar triste, por dejar volar tanto su pensamiento que se
ausentaba totalmente de aquel lugar mágico.
Miró a su
alrededor, el paisaje tenía un color rojizo encantador, vio a un
grupo de niños jugando entre la hojarasca, los escuchó reír…
Entendió
que el momento se le escapaba,
que la
vida es sabia y cada cosa tiene su tiempo,
que debía
ocupar su lugar en el presente.
Sacó su
libreta y un lápiz del morral y comenzó a escribir:
“Amor
mío, te envío este pedacito de otoño que me encontré en el
camino. No sé a qué árbol perteneció, no sé cuantas ventiscas la
han arrastrado antes de llegar a mí, el sol cálido ya no la
acariciará jamás, pero aun cuando perdió su verdor, cobró una
nueva belleza, cada estación tiene su propio color, su encanto…
Hay tanta
belleza en este lugar, la brisa es fuerte y helada pero voy a abrir
las puertas de mi alma para dejarla entrar, voy a aprovechar el
otoño…”
Al
terminar de escribir, dobló la carta, la introdujo en un sobre y
dentro colocó la pequeña hoja, se levantó más animada y caminó
hacia la oficina de correos...