jueves, 23 de febrero de 2012

Los Gatos del Maestro Sojo




"Numero setenta y dos, Rafael Patiño, primera autoridad civil del municipio Zamora, hago constar: que hoy diez de marzo del año mil ochocientos ochenta y ocho, me ha sido presentado por Luisa Sojo, mayor de edad, soltera, domiciliada en este municipio y dedicada a sus ocupaciones propias de su sexo, el niño Vicente Emilio, que nació en el mismo municipio el ocho de diciembre último, hijo natural de la presentante..."
- ¡Vicente Emilio! ¿qué estás haciendo, muchacho?
- Nada, mamá. sólo leía mi acta de nacimiento
- ¡Guárdeme eso, mijo! ¡y véngase! que hoy es su clase de música con el maestro Régulo Rico. y mañana tenemos que irnos a Caracas, su abuela está muy enferma, Vicentico.
Al día siguiente, doña Luisa y Vicente Emilio dejaron su querida Guatire para irse a la gran ciudad y fue allí, en Caracas, donde el joven Vicente Emilio decidiría ser músico.
Vicente Emilio era un joven inquieto e inteligente y aunque apenas pudo terminar el segundo grado de primaria, por ser un niño de familia humilde y de muchas carencias, tenía un gran talento para la música. Aun cuando no tenía estudios formales se preocupó siempre por ampliar su cultura y satisfacer sus exigencias intelectuales y artísticas. Pese a su condición autodidacta, Vicente Emilio llegó a ser un excepcional músico, pedagogo, maestro de varias generaciones de compositores.
Como maestro fue siempre muy estricto y exigente, pero a la vez generoso y paciente. Era un hombre sencillo, siempre fiel a sus principios, de gran calidad humana y un verdadero altruista. El Maestro Sojo era un hombre del siglo XIX viviendo en el siglo XX.
Siempre trató de ser para sus alumnos un ejemplo de lo que un músico debería ser: un hombre de bien, recto en su proceder, enemigo de las ambiciones materiales, se preocupó porque la música de otros países no desplazara la nuestra y rescató del olvido a muchas de las bellas canciones que produjo Venezuela en la segunda mitad del siglo XIX. Su gran tesón lo llevó a ser fundador y director de la Orquesta Sinfónica Venezuela, del Orfeón Lamas y de la Escuela Superior de Música, para entonces ya era un músico de renombre, con muchas obras compuestas y muchas otras recopiladas. Pero el maestro Sojo era un hombre solitario, su soledad comenzó en la infancia y se apoderó de su espíritu sensible. Ya se había casado dos veces, pero siempre estaba solo, quizás era esa soledad del talento y la mente creativa que siempre está un paso más allá del resto... y fue así como comenzó a compensar su soledad con ¡sus gatos. los gatos del maestro Sojo!
Ciertamente, el maestro Sojo tenía muchos gatos, tal vez demasiados, vivían en la escuela de música, eran consentidos y protegidos por él, compraba la mejor carne, en grandes cantidades y la repartía entre todos sus gatos. Todos los días a las cinco de la tarde se veían gatos comiendo en pequeñas escudillas por toda la escuela, era un espectáculo increíble, después el maestro se sentaba en el patio y miraba a sus gatos juguetear, siempre le alcanzaba el tiempo para acariciarlos a todos mientras los llamaba por sus nombres: FaSol, Tigre, Sombra, Pentagrama, Bartolo...
Los estudiantes sabían del celo del maestro con sus amigos felinos, así que los respetaban o al menos los toleraban.
Para la mayoría el amor del maestro Sojo por los gatos no pasaba de ser una excentricidad, pero para el maestro eran sus compañeros de vida, la fidelidad y las caricias de sus amigos felinos llenaban su espíritu de hombre y de artista.
       
                      

Entre los estudiantes se tejían muchas historias acerca de la manera como llegaron esos gatos a la escuela de música. Cuentan los  estudiantes que todo comenzó un día en que el maestro se encontraba en una casa de visita y vió a un pequeño gato negro echado sobre una butaca que lo miraba con curiosidad, el diminuto animal llamó su atención y de pronto sintió una fuerte atracción hacia él, fue tanta que, siendo el maestro una persona correctísima y de conducta intachable, tomo al gatico y lo introdujo en el bolsillo de su saco, al parecer el animalito se quedó dormido allí y el maestro pudo terminar la visita sin ser descubierto en su "travesura", luego lo llevó a la escuela de música y le puso por nombre FaSol. Con el tiempo se encariñó mucho con el gatico quien lo seguía por toda la escuela y cuando el maestro salía a hacer su recorrido por el centro de la ciudad, el animalito se acurrucaba en la silla de su escritorio y lo esperaba hasta su regreso.
Al maestro Sojo le gustaba pasear por los alrededores de la plaza de San Jacinto, donde estaba el antiguo mercado, comía en restorantes modestos, se confundía entre la gente, los pobres se le acercaban a pedirle algo y el maestro, siempre muy caballeroso, los invitaba a almorzar con él. En las quincenas se amontonaban en la puerta de la escuela personas solicitando ayuda y él, con gran desprendimiento y sin olvidar su condición humilde, les entregaba parte de su salario. El maestro siempre se preocupó por los pobres y ayudó al necesitado. 
En una ocasión, mientras caminaba por la plaza de San Jacinto, vió a un gato sobre un árbol que maullaba asustado, el maestro lo ayudó a bajar con su bastón y lo llevó a la escuela. En otra oportunidad se encontró en la calle un gato sucio y algo desorientado y también lo llevó a la escuela. Otro día, paseando por el centro, pasó frente a una tienda de mascotas, se detuvo y compró todos los gatos del lugar... y así poco a poco los gatos fueron entrando en su vida para ser sus mejores amigos. llegaron a ser tantos que el maestro perdió la cuenta, pero su preferido siempre fue FaSol.
Todos los días FaSol acompañaba al maestro en sus clases de música, se sentaba en un rincón con su cola enroscada alrededor  de sus patas, parecía prestar mucha atención, algunas veces parecía más atento que los mismos estudiantes, y cunado un estudiante decía no entender, el maestro señalando a FaSol le contestaba:
- ¡Pero si hasta el gato entendió!
Y era muy cierto, FaSol lo entendía todo... ya había crecido, era un enorme e imponente gato negro y la música parecía dársele muy bien, era muy intuitivo e intelignete, algunos estudiantes confesaban, con cierta timidez, haberlo visto tocar el piano con sus patas, pero al recibir las burlas de sus compañeros callaban sonrojados.
Una mañana, antes de comenzar la clase de armonía, apareció la partitura de una hermosa romanza sobre el piano del maestro Sojo, al final de la pieza se leía el nombre del autor: FaSol, y al lado del piano, el gato negro parmanecía sentado inmóvil, como quien se ufana de la obra realizada. Inmediatamente los estudiantes comenzaron a tocarla, era una pieza de extraordinaria calidad, se preguntaban si era posible que el gato la hubiera escrito.
Cuando el maestro entró al salón todos hicieron silencio y solo uno de ellos se atrevió a preguntar:
- ¿Maestro, fue su gato quien compuso esta romanza?
El maestro Sojo vió con asombro la partitura y luego con disimulo contestó: 
- ¿Y desde cuándo los gatos escriben música? ¡la pieza es mía, FaSol es mi seudónimo! ¡Y ahora todos a sentarse que la clase va a comenzar!
Los estudiantes se sentaron aliviados, sin embargo algunos tuvieron sus reservas. El maestro se dirigió a su escritorio, FaSol fue tras él y se sentó a su lado, cruzaron miradas y el maestro lo acarició mientras esbozaba una sonrisa de complicidad. después del incidente el maestro comenzó a firmar algunas de sus composiciones bajo el seudónimo de FaSol, pero se comentaba entre los estudiantes que no eran suyas sino del gato.
Así fue creciendo en la escuela de música la leyenda del gato compositor, para entonces la salud del maestro ya era bastante precaria, trabajaba en exceso y le prestaba poca atención al cuidado personal, contaba con 65 años y había pasado de ser un hombre fuerte y de gran vitalidad, a ser un hombre débil y enfermo.
Perdía con rapidez la memoria y su mente estaba llena de confusiones. En una oportunidad le confesó a su amigo Eduardo Lira Espejo: "Hasta me cuesta distinguir la música. Fíjate, el otro día escuchaba una sinfonía que era de Mozart, delicada y espiritual como siempre, y yo pensaba  que pertenecía a ese bárbaro de Beethoven." y rió dolorosamente.
Ya próxima su muerte lo había olvidado todo. En una clínica pasó sus últimos momentos acompañado de su hijo Efrén y su buen amigo Teo Capriles. El maestro ya no reconocía a nadie, pero hubo un momento de lucidez, un instante en que recobró la razón:
- ¡Teo amigo, quiero ver a FaSol, tráemelo! 
Teo Capriles sabía que cumplía con la última voluntad de un moribundo y al día siguiente llevó a FaSol a encontrarse con su  amigo. El maestro tomó entre sus manos a su entrañable amigo y el gato, ya viejo, descansó en su regazo. No hubo palabras, aquel fue un momento sublime, el maestro lo acariciaba mientras lo miraba,  su respiración se fue haciendo cada vez más lenta y sus ojo se cerraron apaciblemente. Pocas horas después, el viejo y cansado FaSol murió también. En la Escuela Superior de Música, los gatos del maestro Sojo deambulaban inquietos, pero los estudiantes se encontraban demasiado tristes y consternados para notarlo, era un domingo lluvioso que nunca olvidarían.
Por mucho tiempo continuó comentandose la leyenda del gato compositor, muchos estudiantes realmente la creían, otros no tanto, pero solo el maestro Sojo sabía la verdad de aquella historia que se la llevó consigo aquel 11 de agosto junto con su querido y fiel amigo FaSol.


Las flores que me diste - Jesús Sevillano


2 comentarios:

  1. Muy bueno Gatita en realidad no conocía nada sobre el maestro Vicente Emilio Sojo y mucho menos sobre sus gatos, es una historia bien linda que nos enseña que los animales también son seres que necesitan de nuestro amor, espero continuar inspirandote con historias como éstas se te quiere mucho Gatita leeeeendaaaaa :D

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  2. Waooo amiga, siempre sorprendentes tus entradas, cultivan, nutren, son tan completas¡ yo no conocia la historia y demás está decirte que me encanta como escribes. Esto es un gran retazo.

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