miércoles, 23 de mayo de 2012

Un ser excepcional





                                                       “Cada canción
                                                        es un momento espiritual,
                                                        cada canción
                                                        pertenece a un estado del alma”.
                                                                    Eduardo Serrano Torres.



Llegó el primer día de clases, estaba muy emocionada y nerviosa.
Por aquellos días yo soñaba con ser músico, solo que la vida soñó otra cosa para mí.
Llegó el Maestro y enseguida todos tomamos nuestros asientos, él entró, dio las buenas tardes y se detuvo frente al escritorio. Era un hombre de rostro generoso y afable, con el paso tranquilo, propio de una persona de su edad. Cuando comenzó a darnos la bienvenida, una joven estudiante lo interrumpió repentinamente:
- ¿Usted es el Maestro Eduardo Serrano? ¿el que compuso Barlovento?
El Maestro, que siempre las pescaba en el aire, le contestó:
- ¡Lo que queda de él, hija! ¡lo que queda de él!
Ya se había roto el hielo y todos reímos a carcajadas. Y es que así era el maestro, una persona dulce, sencilla y de un extraordinario sentido del humor.
En ese mismo instante lo amé. Fue ese tipo de conexión que pocas veces se da entre las personas. Y desde entonces surgiría una linda amistad entre los dos.
Sus clases eran lo mejor que me pasaba en la semana. Cuando llegaba el momento del solfeo todos queríamos ser los primeros en pasar al piano y recitar nuestra lección. Si nos equivocábamos, no faltaba la caricia del Maestro y luego la paciente explicación.
Los mejores recuerdos de aquellos días son el amor y la paciencia con que el Maestro nos enseñaba. Eso nunca lo olvidaré.
¿Anécdotas con el Maestro? Podría contar muchas.
Por ejemplo los ratos después de clases. Nos quedábamos hablando sobre la música, los músicos o simplemente el Maestro se sentaba al piano y  cantaba sus composiciones mientras yo escuchaba, eran canciones que no conocía, que nadie conocía, que a nadie parecían importarles. Porque, lamentablemente, talentos como el del Maestro Serrano son ignorados y dejados a un lado, siempre desplazados por la música comercial y foránea.
Una vez  comentó que tenía más de 250 composiciones de las cuales apenas un 25% eran conocidas, que ya no componía más porque sería masoquismo seguir haciéndolo. Y no le faltaba razón.
Por aquel entonces yo pertenecía a una coral y el director, el profesor Eugenio, había sido también alumno del Maestro Serrano.
Recuerdo que una navidad el Maestro me dio la partitura de una  parranda que había compuesto: - Llévaselo a tu profesor para que lo monte en la coral - me dijo.
Luego se sentó al piano y la cantó: “Yo vengo bajando el cerro, cantando por lo bajito, en busca de un parrandero que le gusten los palitos…” 
Le llevé la partitura a mi profesor, él la tomó y la guardó. La coral nunca la cantó.
Por fin, un día, la coral iba a cantar una composición del Maestro Serrano: “Ni ná, ni ná”, con arreglo de Modesta Bor. Lo invité  a ese concierto, quería que nos escuchara, y él aceptó de muy buen grado.
Llegó el día del concierto. Le comenté al profesor Eugenio que el Maestro Serrano iría a escucharnos cantar; él trató de hacerme entender:
- No quiero desanimarte, pero el Maestro no va a venir. No maneja de noche, ya está muy viejito y no ve muy bien. Yo mismo lo he invitado infinidades de veces y nunca se presenta. Tal vez aceptó la invitación solo por cortesía -
No niego mi decepción, pero me pareció comprensible que el Maestro, a su edad, no manejara de noche, ni siquiera debería manejar de día. Pero de verdad quería que nos escuchara. Otra vez será, pensé.
Pero unos minutos antes de comenzar el concierto, cuando ya estábamos todos alineados en la tarima, entró el Maestro en la sala. ¡No lo podía creer! ¡El Maestro se presentó a  pesar de la noche!
El profesor Eugenio, al verlo sentado en primera fila, me dijo en voz baja:
- ¡Coño! el Maestro te debe apreciar mucho para haber venido manejando hasta aquí de noche.
-Tanto como yo a él - le contesté.
 Luego, el profesor saludó al público, le dedicó la pieza al Maestro y comenzamos a cantar:
El negro José Luis está, dale que dale a su tambó porque el cuero del cumaco   Trinidá de un golpe se lo rompió; pero no fue ni ná ni ná, ¡guay! Y la parranda siguió…”  aquella, fue una noche memorable.
A mis clases con el Maestro nunca faltaba, eran lo más importante para mí y él lo sabía.
Un día, tuve un accidente, me quemé con aceite caliente. Por primera vez falté a mi clase. A la semana siguiente, todavía con las manos ampolladas, regresé; el Maestro preocupado me recomendó usar una crema llamada “Picrato de Butesín” ¡Picrato de Butesín! ¡No puedo creer que todavía recuerde el nombre de la crema!
Después de haber visitado un montón de farmacias, le comenté al Maestro que nadie la conocía, que alguien me dijo que ese medicamento ya estaba descontinuado.
Al día siguiente, el Maestro tocó a mi puerta. Había llegado en su pequeño Volkswagen gris, traía un  pomo todo espaturrado de Picrato de Butesín.
¡Mi querido Maestro!  Llegó hasta mi casa con su propia crema, ya un poco gastada.
Sí, ya sé; la crema tenía un montón de años y estaba vencida, pero no me pueden negar que fue un hermoso gesto. Así era el Maestro ¿cómo no quererlo?
Un maestro es el que te deja enseñanzas para la vida, qué además de lo académico te enseña valores, como el amor por el otro, la cortesía, el respeto, la solidaridad, la humanidad. Eso me dejó el Maestro. En verdad era un ser excepcional.
Recuerdo que siempre me decía: “Tú tienes madera, carajita, tienes que seguir con la música”  y eso me alentaba. 
Cuando terminé la preparatoria, él mismo me consiguió el cupo en la Escuela de Música Nolasco Colón. Allí comencé el primer año de música con el profesor Ugo Corsetti.  ¡Ay, por Dios! ¡Ugo Corsetti!
Nunca dos personas fueron tan opuestas como mi Maestro y ese Ugo Corsetti.
El profesor Corsetti, era un hombre con muy mal carácter y muy poca paciencia para la enseñanza. Acercarse al piano para la lección de solfeo era como ir a la guillotina, sus clases eran de pánico.
Todos esperábamos aterrorizados el turno para la guillotina, el joven delante de mí comenzó a solfear, lo hacía muy bien, de pronto, se equivocó…  Corsetti, en su pésimo español le gritó que se fuera a casa y que si no se aprendía la lección, no volviera.
 Llegó mi turno, esto era un cambio muy brusco para mí, no sentía la confianza ni la satisfacción que sentía con mi Maestro. Me acerqué al piano, traté de concentrarme y  apenas comencé, en el primer compás  ¡me equivoqué! Todavía las palabras del viejo ogro retumban en mi cabeza:
- ¡Usted es más sorda que una campana rota!
Humillación… y confusión, eso fue lo que sentí.  ¿Tenía madera o era tan sorda como una campana rota?
Pues, nunca supe la respuesta. Mi carrera de músico terminó ahí.
Odiaba esas clases, siempre tenía un pretexto para faltar y un buen día no volví más.
Con el tiempo desistí de estudiar música. Me conformé. Me rendí. Dejé que Corsetti decidiera por mí.
Mucho tiempo después, me encontré con mi querido Maestro en la Plaza Venezuela, nos abrazamos, el acarició mi cabeza y me preguntó cómo iba con la música, le dije que era sorda como una campana rota, él riendo me dijo: Tú tienes madera, carajita, tienes que seguir con la música.” Y eso me alentó.
A Corsetti me lo topé una vez en el Aula Magna. Me cambié de puesto y simulé no haberlo visto.
Ya habían pasado muchos años sin saber del Maestro cuando me enteré de su muerte. Fue un lunes 13 de octubre de 2008, tenía 97 años de edad. Los medios apenas lo reseñaron, como era de esperarse.
Así murió ese gran Maestro y creador que nunca fue valorado en su justa dimensión: “Solo espero que algún día se acuerden, no de mí, sino de todos los autores y cantantes de nuestra verdadera identidad musical”.
Sé que todos los que tuvimos el orgullo y la dicha de conocerlo recordaremos siempre con amor a  quien no hizo otra cosa que componer música por amor a Venezuela.

 Barlovento.
Letra y música: Eduardo Serrano T.
Intérpretes : Iván Pérz Rossi, Francisco pacheco y
Cecilia Todd.                                    


6 comentarios:

  1. Maravilloso mi querida amiga me encantó, suelen suceder ese tipo de situaciones pero es parte de la vidas, te tocó desistir de la música pero nunca es tarde, un fuerte abrazo....

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  2. Amiga, me hiciste apretar el pecho ¡qué historia tan hermosa! Realmente es un ser excepcional. Yo había escuchado ese tema pero no sabía de quien era.
    Tú eres una buena maestra, sabes? Yo te leo esta historia y me siento así de segura contigo.. Cuántas veces me has dicho "Tu tienes talento"? Siempre estas apoyándome y ayudándome. Te falta decirme "Carajita" jejejeje estaré muy vieja pa' eso?
    "Nunca es tarde" como dice Gio, sin embargo.. tú y yo estamos viviendo un sueño en nuestras hijas, así me siento cuando veo a Jaded con Violín en mano.
    Tú eres música, amiga y de ella te rodeas.
    Un abrazoooo giganteeeeee, gatica!
    Gracias por enseñarnos tanto con estas historias.

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  3. Gracias a tí por tus lindos comentarios. Tú y yo llevamos la música por dentro y la inculcamos así a nuestras hijas, es lo más que podemos hacer. Yo siempre he estado rodeada de músicos, pero por muchas razones no pude ser uno de ellos. Me alegra que lo que escribo te sea de utilidad. Esa es la idea. Un abrazo!

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  4. Mil historias similares se cuentan cada día en este ingrato continente; si no te opaca la transculturización, te frustra un Corsetti. Afortunadamente son muchos más los Maestros Serrano con los que nos topamos, con un arsenal de sonrisas alentadoras, con un motivador golpecito en la espalda y un "tienes madera" a flor de labio. Como siempre, te la comiste gata. Un besito!

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