viernes, 30 de diciembre de 2016

Percances de un pianista






Escenas de una reunión de confianza.
Costumbre adoptada, de no sé qué remota fecha, es entre nosotros la de celebrar los santos y natalicios de nuestras párvulas, como también de nuestros papás y mamás, con bailes o con petites soirées,



(Trabajo publicado en el Diario de Avisos. Caracas. junio 6. 1879)

nombre con que han bautizado aquí las reuniones de confianza. A estas fiestas del hogar son invitados regularmente á pasar un rato agradable los individuos que tienen la rara dicha de saber acompañar al
piano piezas de baile. Los amigos intimos de la casa se creen en el deber de concurrir á dar los años á los amos del santo, y por consiguiente no necesitan invitación especial.
Las peripecias en que se vio envuelto en una de estas soirées este humilde servidor de ustedes, no serán de las más chistosas que se hayan referido, ni su narración lucirá esas bellezas que ostentan plumas adiestradas en el dificil arte de escribir pero tendrá sí el indisputable mérito de ser cierta y mui cierta, por desgracia.
Cruzando las calles de esta población, á cuyo tráfico me veo obligado en virtud de mis ocupaciones, porque entre paréntesis, debo advertiros que gano mi sustento dando lecciones de piano, tropecé de manos á boca con la señora Indalecia (que Dios guarde por muchos años).Era ésta una señora como todas las de su especie y pertenecía al número de mis conocidas.
Acercándose á mí, y después del correspondiente saludo, me dijo:
-Las niñitas, conspirándose en contra mía, me han calentado la cabeza de tal modo que aquí me tiene usted de arriba para abajo porque el domingo próximo daremos en casa unas vueltecitas con el piano para celebrar el natalicio de Aurorita
(cuarenta años cumplía en ese día), la cual me ha comisionado para que le invite á tomar una copa de cerveza.
-Señora, agradezco tan fina invitación y desde ahora me regocijo con la idea del buen rato que pasaré con ustedes.
-El placer será para nosotras; con que así no falte. Le esperamos á las ocho, y después de saludarme se retiró dejándome entregado á mi natural entusiasmo.
Desde aquel momento hasta el dia de la reunión las horas me parecían siglos, pues yo sabía de antemano que Emeteria, el anjel de mis ensueños, concurriría á la fiesta y me preparaba á pasar un rato delicioso bailando con ella.
Llegó por fin el día suspirado, y apenas clareó la aurora, ya estaba yo fuera del lecho bañándome, afeitándome y haciéndo todos los preparativos para entrar en campaña.
La noche con su sombrío ropaje (que para mí no lo era) puso en movimiento á los alumbradores ... eran las ocho.
La última campanada del reloj de la Metropolitana sonaba aún, cuando yo me anuncié en casa de doña Indalecia.
Ya estoi en la sala Todos contestan mis saludos con marcadas muestras de afecto (Mi llegada representaba la llegada de la música)... Tomo asiento.
Cínco minutos habrían transcurrido, cuando la señora Indalecía me suplicó ejecutara algo serio para distraer la impaciencia de los concurrentes. Me siento al piano y preludío. En este momento llega Emeteria.
Una turba de mozos imberbes la rodea, y veo con espanto desde mi patíbulo que la oportunidad de comprometer un turno con ella se me escapaba de las manos, en momentos que ejecutaba con los dedos ... En fin; aún me queda la esperanza de que ella que me ha visto al entrar me reserve un algo.
Concluida la pieza que tocaba, una salva de aplausos corona mis efuerzos, y mis bondadosos admiradores me prueban así, que, si era cierto que durante todo el tiempo que invertí en cansarme, inutilmente por llamar su atención no hicieron otra cosa que charlar á más y mejor, por lo menos al final quisieron demostrar lo contrario, para probarme así su amor al arte divino.
Me levanté y me acerco á Emeteria.
-Sería usted tan complaciente que me cediera uno de sus turnos?, la dije.
-Lo siento muchísimo, me contestó. pero acabo de comprometerlos todos.
-¿y los estraordinarios?
-También, pero mis parejas pueden cederle unas palomitas.
-Qué se va á hacer; me conformaré con eso.
Había empezado á comprender que todo no se me presentaba de color de rosa como yo lo había imajinado, y convencido de que allí no conseguíria nada, me largué con la música á otra parte. Inutil fue mi pesquiza, pues á no ser las jamonas, las feas y las pichoncitas de seis á ocho años, todas estaban formalmente comprometidas hasta sus octavos turnos y los correspondientes estraordinarios. Ya no podía dudar de que me iba á ser algo dificil bailar en aquella casa donde me convidaron á pasar un buen rato.
Dió principio el primer turno, que, como podrá coprenderse, lo toqué yo en compañia de otro mártir, pero no el del Gólgota, sino colega mio. Concluyó el turno, que á todos pareció sumamente corto, ménos a nosotros que habiamos invertido en el dos horas largas" Todo tomaron despues sus correspondientes cerveza, brandi, sangría.. etc., etc.... Por una casualidad de siempre. nadie se acordo de los músicos ejecutantes á la hora del obsequio. Como nosotros lo hacíamos tan bien, nos exijió una señorita le tocásemos una mazurka, a lo, cual no pudimos dejar de acceder. Concluida ésta, .doña Indalecia pidió una polka, con el fin de que vieran bailar á su nietecito Jorje, niño de seis años que hacia primores con los pies y la echaba de caballero á la moda. Terminada la polka, la linda Emeteria (la comprometida), y á instancias quizás de su pareja, pidió una danza ... Cómo negarnos? ...
Concluyó asi el segundo turno. Dulces, helados y frutas fueron repartidos con profusión. De nada de esto pude participar por hallarme ocupado en enseñarle á Lidia, niña de la casa, el acompañamiento de unas piezas que queria tocar para que yo bailase. No hubo poder humano que se las hiciera aprender. Por fortuna mi compañero de piano me propuso le obsequiara yo con un turnito para corresponderme él á su vez con otro.
Toqué el tercer turno, con más hambre que un empleado cesante. Viene el chocolate entonces. Se repartió á las señoras primero, luego á las niñas, en seguida á los jóvenes y muchachos, y espectador hubo que comió, bebió y aun llevó algo para su casa. Solo yo me quedé esperando el consabido soconuzco con que hechizaron á Carlos II.
-Pero, señor. qué mosca me habrá caido esta noche?, esclamé para mis adentros. Todos comen, bailan, beben y se divierten, ménos yo.
-Tomó chocolate usted?, me dijo al fin la señora lndalecia.
- No señora. le contesté, pero ya lo traerán.
-Oh!, que descuido. Fuljencia, tráele chocolate al señor.
Al fin llegó este, pero ... horror de los horrores! ... Flotando en la superficie de la tasa venia una mosca de marca, y no pude reprimir un movimiento de repulsión.
-Porqué no cena usted, caballero? volvió á decir la señora.
- Yo no ceno ... de noche.
-Usted no ha tomado cerveza?
-Sí, señora ... ; de todo, y cómo no?
-Quiere repetir dulce?
Al oír la palabra repetir crei que se trataba del piano y senti escalofrios.
-No, señora, la dije tartamudeando ... No, repito ... Gracias. La señora, obligada por sus muchas atenciones, me dejó para ocuparse de algo más importante.
Principió por fin el suspirado turno, debido á la complacencia de mi compañero y que habia de resarcirme de tantos contratiempos. Apénas deja oir el piano sus alegres armonías, la troupe danzante se lanza, presa de un delirio infernal, en torbellino capaz de haber envuelto en su seno las lejiones de Napoleon. Junto a mi acaba de pasar el que conduce á Emeteria.
-Caballero! ... caballero!
Nada; está más sordo que el que me dió el ser. Pasa de nuevo.
-Luis! Luis! le digo.
-Ah! eres tú, qué quieres?
-Puedes darme una paloma?
-Lo siento; pero acabo de recibir un regaño de Emeteria, que me ha prohibido hacerlo, y ya tú ves que ...
-Pero yo supongo, señorita, que usted no olvidará que me ha ofrecido bailar conmigo, dije yo.
-Ciertamente, pero como usted debe suponer, quedaria yo mui mal despues de haberme negado á hacerlo antes con otro si usted hubiera venido primero.
Adiós ilusiones! Que triste desengaño! -No hai más remedio, me dije abordaré á otra.
-Diego, dame una pa , ..
No pude concluir la frase: un grito lamzado por doña Indalecia me habia dejado helado. En mi afan de buscar pareja, no habia reparado en una sirviente que traía una bandeja con copas de agua, Y que tropezando conmigo, convirtió la sala en un océano, Todos los danzantes se refujiaron en los lugares que habian quedado secos: viéndome, yo convertido en blanco de sus miradas burlonas y en objeto de sus impertinentes risas. Abochornado y corrido salgo de allí con intenciones de huir de aquella casa maldita. Llego al sitio de los sombreros y tomo el mio, pero al hacerlo se vienen al suelo tres ó cuatro.
-Estúpido! dijo uno de los dueños de los sombreros.
-Es usted un grosero! le replico.
-Me lo dirá usted en la calle.
-Como guste.
No deseaba yo otra cosa para desahogar mi rabia. Salimos... Pun, Pan, Ratapun ... Tan. Cinco mojicones, la nariz rota y un ojo hinchado, fueron los laureles que recojí en aquella campaña. El amo de la casa, impuesto de lo ocurrido, se presenta en el sitio de la reyerta y me dice:
-Es usted un malcriado, que viene á turbar la alegría de mi casa, con sus groserías. Le prohibo volver á pasar las puertas de mi hogar.
-Este mozo es un loco, dijeron varios de los amigos de la casa y míos. -Eso le conviene para que aprenda á conducirse en las reuniones.
Furioso, despechado, frenético, avergonzado y echando espuma por la boca, recojí mi tortilla (que en eso se había convertido mi sombrero) y corriendo sin detenerme un segundo, llegó á mi casa y toco; el aldabón de la puerta al caer produce un sonido semejante al toque de agonías.
-Aquí no se le abre á bandidos, me contestaron.
Que recurso me quedaba, Santo Cielo!. .. Dormir en los bancos de la Plaza Bolívar. Así lo hice ... Pero, dónde creéis que amanecí? En la policía; sí, señor, en la policía; afortunadamente allí estaba debajo de techo. Desde ese día hice formal juramento de no faltar nunca á las reuniones de confianza, donde tantos y tan agradables momentos de expansión, de solaz y de alegría pasan los que saben tocar bien el piano.

Heraclio Fernández


El texto ha sido transcrito tal cual lo escribió el Maestro Heráclio Fernández con la ortografía de la época.

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